Por Sergio Carreras.
Diario La Voz del Interior, domingo 3 de mayo de 2020
Isolina Dabove es una de las máximas autoridades en América latina en la problemática de los adultos mayores. Dirige la Maestría en Derechos de la Vejez que se dicta en la Universidad Nacional de Córdoba desde 2018, la primera en su tipo en el mundo hispanohablante, que forma profesionales sobre la complejidad de las vejeces actuales, analizadas a la luz de las nuevas perspectivas legales, filosóficas y científicas.
Una de las consecuencias indirectas de la pandemia de coronovirus fue visibilizar en todo el planeta la problemática de los adultos mayores y la consideración que hacia ellos tienen las distintas sociedades. También sacó a la luz el paternalismo, la discriminación y la violencia con que los estados, las autoridades y los medios de comunicación abordan a los viejos, etiquetándolos, por comodidad, como “abuelos” o “jubilados”.
-¿Por qué no está bien decirles «abuelos y abuelas» a los adultos mayores?
-En primer lugar, porque implica definir a una persona a partir de una función y que es una función que se ejerce en un contexto familiar que quizá esa persona no tiene. Es un doble problema porque nombramos a alguien en función de una tarea que cumple, en lugar de dignificarlo como persona; y por otro lado, muchas veces tenemos casos de personas mayores que no tienen nietos porque no tuvieron hijos, por las razones que sean. Es lo mismo que si a todas las mujeres nos dijeran «mamis». Es despersonalizante e irrespetuoso hacia la dignidad de esa persona.
Por otro lado, en 2015 la Convención Interamericana de Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, que en Argentina entró a regir en 2017, por lo cual es vinculante y obligatoria para todos, claramente pide que todos los estados garanticen el respeto a la identidad de la persona mayor, y eso comienza con la calificación de «persona mayor», que es la terminología que usa ese documento.
-La socióloga Silvia Bleichmar, que supo abordar este tema, decía que llamar «abuelos» a las personas mayores tiene que ver con la concepción de la política como una forma de administrar a las personas.
-Esto hace referencia a una política asistencialista, que vuelve a poner en el centro de la escena a la familia, como si de la familia dependiera todo. La gerontología actual y en general la filosofía de este tiempo han puesto el acento en la dignidad de cada uno como persona. A veces, esto se expresa como sujetos de derecho, prefiero hablar de persona porque habla de un posicionamiento más fuerte de alguien con identidad, nombre, capacidad jurídica a partir de la cual generar vínculos. Las políticas de asistencia del siglo XIX se articulaban con la metáfora del gran padre y la comunidad como gran familia, esa metáfora hoy no funciona. Hablamos de derecho y de un Estado que debe garantizar ese derecho.
-La forma en que tratamos a los mayores es una las realidades que ayudaron a visibilizar la pandemia de coronavirus, así como el hacinamiento en las cárceles o las deficiencias del sistema de salud.
-Sí, tal cual. La pandemia, digamos, tiene efectos ambivalentes. Lo primero que uno ve es la enfermedad, los estragos económicos y las muertes, pero al mismo tiempo es una excelente oportunidad para ver con los focos bien encendidos algunas realidades a las que en nuestras vidas cotidianas no les prestamos atención. El sistema carcelario claramente es una, y también lo que le pasa a las personas mayores, que tiene algunas similitudes con el caso de los presos.
Esta situación hace visible el viejismo, la práctica discriminatoria en cómo se trata a la gente vieja. «A la gente vieja se la silencia, se la excluye porque se la asocia con la incompetencia, la inutilidad, la pasividad, la imposibilidad de llevar adelante sus propias decisiones. Se infantiliza la vejez».
Y la realidad de la vejez, según lo venimos investigando, no tiene nada que ver con eso».
-Esa es la concepción que quedó expuesta, por ejemplo, en la decisión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de encerrar a los viejos.
-Claro, esa obligación que se quiso imponer de que los mayores de 70 años debieran llamar a un número de teléfono para pedir permiso para ir a la verdulería, prejuzgando que esas personas que no pueden comprender la gravedad de los hechos y la importancia de cumplir con la cuarentena. Por suerte, un juez de Capital Federal ya la declaró inconstitucional y la ciudad aceptó el dictamen. Pero torna la realidad más grave, y acá vemos cierta asociación con el tema de las cárceles, porque los que viven en residencias gerontológicas sufren similitudes desgraciadas. Son dos instituciones donde no hay libertad de circulación o la tienen restringida, y por una cuestión de seguridad hoy está más condicionada.
Al mismo tiempo, hay otro dato que diferencia estas situaciones claramente: el poder de lucha que tienen los presos, por un lado; y las personas mayores, por el otro. Los mayores están silenciados por esta práctica legalista y aunque pudieran fácticamente actuar y hacer un petitorio y plantearlo, no lo harían porque de alguna forma se resignan, convencidos de que no pueden hacer nada. Acá hay elementos para explicar o corroborar por qué hoy escuchamos más los reclamos de un preso que los de una persona mayor, que sufre igual o mayor posibilidad de contagio por la relación que deben tener con el personal de las instituciones donde viven o por la falta de control estatal.
-¿Cuáles son los aspectos de la población de adultos mayores que más nos negamos a reconocer?
-Por ahí va: tiene que ver con reconocer su autonomía, su poder para decidir sobre su vida, su salud y su patrimonio. La degradación de la autonomía de una persona mayor es constante desde el punto de vista cultural y hace que la propia persona crea que es alguien dependiente, se coloca en ese lugar, porque todos facilitamos eso. Otro foco importante es la distinción entre autonomía e independencia. La autonomía es el poder para distinguir lo que está bien de lo que está mal, y tomar decisiones y sostenerlas. Esa autonomía puede ser ejercida por una persona o por una persona en silla de ruedas.
En otras edades ese concepto está claro, así como quedó claro cuando se visibilizó la lucha de las personas con discapacidades. Pero cuando hablamos de personas viejas, otra vez confundimos las cosas y les atribuimos la impotencia para hacerse cargo de su vida. Otro punto donde se ve el daño que produce el «viejismo» es que atenta contra la integridad física y moral de esas personas.
«Las situaciones de violencia, porque viven muchas, son mucho más invisibles que las del colectivo de las mujeres. En esta lucha contra la violencia de género, lamentablemente no se hizo presente la violencia contra las viejas y los viejos».
Entonces, cada tanto nos desayunamos con situaciones de tremendas golpizas o de violaciones contra adultos mayores, o estafas y situaciones que terminan en homicidios. Hay que señalar ahí otro rubro fundamental, el segmento de las residencias gerontológicas, el sistema de cuidado, que son importantes cuando la persona mayor tiene alguna dificultad para desarrollar actividades de su vida cotidiana, cuando, por ejemplo, no puede caminar o vestirse sola.
Ese tipo de situación la coloca claramente en dependencia motriz. Y hay otro tipo de dependencia que obstaculiza el proceso de la toma de decisiones, conectado con lo mental, con el deterioro cognitivo. Las estadísticas dicen que en Argentina, según una encuesta de salud mental de 2014, no llega al 40 por ciento la cantidad de personas mayores que tienen padecimientos mentales que los coloquen en situación de dependencia, como alzhéimer, párkinson o demencia. Es decir que el máximo de personas con esos problemas, siendo exagerada, es el 40 por ciento. Es decir que tenemos un 60 por ciento, mínimo, de mayores lúcidos.
Entonces, ¿por qué seguimos diciendo que ningún viejo entiende nada? En la vida cotidiana, a todos nos pasa: vemos menos, caminamos menos, vamos perdiendo algún sentido, pero hay herramientas para fortalecer eso y mecanismos de ayuda, como son los cuidadores domiciliarios o los asistentes gerontológicos, cuyo empleo no nos coloca en una imposibilidad de decidir por nosotros. Juega también, por supuesto, lo económico, el tema de que hay jubilaciones magras y coberturas médicas que no siempre son las adecuadas, según el derecho previsional.
-Otro aspecto es que la pandemia conduce a un fortalecimiento de la vida digital y de conexiones mediadas por la tecnología, un terreno que se ve como más dificultoso para los adultos mayores.
-La tecnología es una barrera para todo el mundo, si no se accede primero a la máquina, a la computadora. La otra cuestión es el desarrollo de habilidades, si bien en este punto nuestro país ha puesto en marcha campañas de alfabetización tecnológica para el entrenamiento de personas mayores, acá nos encontramos dos problemas: por un lado, con la falta de una política sostenida en el tiempo y que además sea adoptada por las organizaciones que brindan servicios, como los bancos, las compañías de agua, de luz o de gas, que puedan generar tutoriales para enseñarles a estas personas a usar internet y cómo pagar. Otro problema es la misma idea del viejismo.
«Los prejuicios conspiran porque parten de la base de que las personas mayores no pueden aprender nada nuevo. Eso es absolutamente falso».
Está demostrado en muchísimas investigaciones de campo que incluso en situaciones de demencia la persona puede aprender. Siempre, mientras uno está vivo, existe la posibilidad de aprender, de desarrollar habilidades. Si sumamos a eso el prejuicio tremendo contra la vejez, que piensa que el viejo no puede aprender nada, eso lleva a que el Estado no invierta en políticas de capacitación. Esto se vio el viernes negro de hace algunas semanas, con la falta de previsión para que los viejos no se acercaran a los bancos porque no hay procedimientos amigables para ellos.
Así como en su momento se generó una batería de herramientas educativas para que todos entendiéramos que los niños y los adolescentes son personas que tienen una autonomía progresiva, que hay que ir respetando su proceso de capacidad de decisión, una vez que esa persona cumple 18 años eso no se pierde más, salvo que un juez lo determine en un juicio, con participación de un equipo interdisciplinario. Nada de esto sucede en la práctica en la relación con los viejos.
-Algunos pensadores sostienen que la vejez es un invento contemporáneo, una creación humana.
-Desde lo demográfico, si uno lee las estadísticas de la antigüedad hasta acá, es cierto que el desarrollo cultural ha generado mejores condiciones de vida y en esa posibilidad es que la vida se extendió. Entonces, es relativamente cierta esa afirmación, la convención dice que la vejez es una construcción social, la última etapa de la vida, alude a afirmar algo comprobado científicamente. Vivimos más años porque hemos de alguna manera logrado a través de la cultura, de la medicina, y sobre todo de la educación, la incorporación de herramientas de higiene, una mejor alimentación, el desarrollo de prácticas deportivas para el cuidado del cuerpo, la alimentación del espíritu a través de prácticas artísticas, todo eso contribuyó a que vivamos mejor.
En la edad antigua, estoy hablando de los siglos VII u VIII antes de Cristo, la gente aspiraba a vivir hasta los 50 años. Con el tiempo, eso se mantuvo así hasta principios del siglo XIX, donde claramente cambian las condiciones de vida. En ese lapso, era muy frecuente que las mujeres muriéramos durante el parto, la expectativa de vida era mucho menor que la del varón, por las infecciones. Hasta que aparece Louis Pasteur y descubre la microbiología, y llegan las vacunas y dejamos de morirnos por un parto.
Lo mismo ahora con la pandemia, que sabemos que lavándonos las manos evitamos el contagio, ese es el remedio más directo y barato, pero para eso hace falta agua potable, jabón, una canilla, una toalla par secarse, todo eso es fruto de la cultura y en ese sentido es cierto que la vejez es una construcción cultural.
–¿Es más difícil ser viejo en un contexto que privilegia la respuesta rápida, la instantaneidad en el acceso a las informaciones?
-No podemos generalizar esto. Hay distintas maneras de vivir la vejez. En gerontología hablamos de «vejeces». En general, si pensamos en personas mayores con una jubilación mediana, con cobertura económica y buena salud, esas personas comparten intereses de las otras generaciones. No por ser mayores no tienen pensamientos prácticos rápidos ni buscan en internet.
Muchos consultan tutoriales, pero se trata de personas que accedieron a esa capacitación y se animaron. Luego, en otros sectores, está la cuestión del acceso a la tecnología. No se opone lo práctico y el acceso rápido a la tecnología con la idea tradicional de sabiduría vinculada a la vejez. Por más que haya internet, hay algo que se llama «experiencia», que nos permite el procesamiento interno y también la conexión.
-¿Cuáles son algunos consejos importantes a la hora de vincularnos o de referirnos a los adultos mayores?
-Primero, partir del respeto hacia esa persona tratándola como tal. Si no conocemos quién es esa persona, no le decimos ni «abuelo» ni «abuelita». Lo segundo, preguntarle qué necesita, escucharla y no imponerle nuestro criterio. A partir de lo que la persona dice, podemos hacer comentarios, sugerencias.
Si tenemos personas mayores cerca de donde vivimos, también está bien acercarse, preguntarles cómo están, de esa manera habilitamos el incentivo para que esa persona nos convoque cuando nos pueda necesitar, que no se sienta mal por pedir ayuda ni que eso los posicione en una situación de mayor dependencia.
Cambiamos la actitud y el respeto hacia lo que esa persona me propone. Ayuda necesitamos todos, a cualquier edad, los más jóvenes y los más grandes.
Imágenes: freepik.es y Alumnos de la Maestría en Derecho de la Vejez
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