Condiciones para construir una vida saludable
Comienza un nuevo año y llega el momento de planificar y emprender esa actividad tantas veces relegada o recomendada por una amistad o un profesional.
Quizás, para algunos, el desafío se encontrar espacios donde realizarlas, para otros el desafío es afrontar los miedos sobre situaciones de salud que pueden limitar para elegir qué hacer y cómo sostenerlas en el tiempo.
No siempre somos conscientes de las condiciones que a menudo se requieren para acceder a las actividades saludables y sobre nuestra situación personal respecto del propio proceso de envejecimiento.
Por lo cual, nos proponemos brindar algunas consideraciones a tener en cuenta para conocer y evaluar nuestra condiciones y potencialidades de participación y aprendizaje.
Espacios institucionales
Un aspecto importante que debemos tener en cuenta es que, el espacio institucional de participación que se destaca como modelo institucional, por su historia y efectividad en la consecución de metas de envejecimiento activo y saludable es el «Centro de Día» o más conocido como «Hogar de Día» para personas mayores.
Según una reciente publicación, estos espacios institucionales para personas mayores están cumpliendo cuatro décadas de desarrollo desde su surgimiento. Son un espacio destacado, porque ponen en el centro a las personas, con un abordaje psicosocial e integral para el desarrollo de las potencialidades del adulto mayor, a partir del ejercicio de la autonomía e independencia.
Sobresalen porque son un espacio único de participación social y de envejecimiento saludable, que integra socialmente, recupera las reservas vitales y los aspectos positivos de las personas que atraviesan esta etapa vital.
Lo que dice la gerontología
La gerontología nos alerta acerca de la importancia de reconocer el propio proceso de envejecimiento como un proceso natural y continuo a lo largo de toda la vida y la valoración positiva de las propias reservas vitales. Para modificar la imagen prejuiciosa y dramática que a menudo se construye socialmente acerca de la vejez.
Asumir una imagen positiva de la vejez requiere de poner el foco en las capacidades existentes y potenciales. También reconocer las reservas vitales con un diagnóstico de las posibles fragilidades. Además de la capacidad de afrontamiento sobre las diversas situaciones y posibles contextos que nos pueden ubicar en situación de vulnerabilidad.
Con un análisis consciente, realizado en forma personal o con la supervisión de un profesional, con formación gerontológica, puede arrojarnos datos acerca de cuáles son los factores y aspectos en desequilibrio y que requieren ser fortalecidos y mejorados para restablecer nuestra calidad de vida.
Reconocer las reservas vitales es un proceso de auto-re-conocimiento, para abrazar nuestra propia vejez. Para tener presente lo que somos, hemos elegido y construido a lo largo de la vida, con las manifestaciones e indicadores positivos y no tanto, aprender a reconocer cómo se manifiestan, y sobre todo, la vivencia subjetiva de la fragilidad y qué hacer al respecto.
Comprendiendo la Fragilidad
Desde una mirada médica, la fragilidad se entiende como, un estado caracterizado por una disminución de la reserva fisiológica, pérdida de la resistencia, mayor vulnerabilidad a eventos adversos, con aumento del riesgo potencial de incapacidad y dependencia.
Para los especialistas y para quienes vivencias esto, puede tener una multitud de manifestaciones, con diferentes síntomas según la persona, la heterogeneidad de los entornos y diferentes situaciones por lo que debemos considerarla en un cuadro conceptual amplio.
La «fragilidad» es una condición asociada regularmente a la vejez, aunque no sea propia de esta etapa vital. Sí, es cierto que, en está etapa vital en particular, se dan una serie de situaciones que podrían llevar a la persona a ser frágil o a su gradual fragilización más rápidamente.
De la multiplicidad de factores que inciden en la fragilidad, algunos son fácilmente reconocibles y otros se dan de manera latente o más oculta. Por lo que una mirada integral e interdisciplinaria puede sumar conocimientos a la hora de comprender sujetos fragilizados.
A modo de ejemplo, Rosa tiene 67 años, siente que ha perdido energía y fuerza. Siente dolor constante de las articulaciones y huesos por las mañanas. Durante el último año siente inseguridad e inestabilidad al caminar, con el antecedente de algunas caídas.
Siente deseos de seguir activa en su emprendimiento, pero la exposición a elementos químicos y posiciones físicas inadecuadas afectan sus cervicales y son un riesgo para su salud, tiene dificultades para ingerir alimentos, disminución de la visión y una débil autoestima.
No obstante, ha empezado a reducir la actividad laboral y buscar en el Centro de Día una nueva conexión positiva con su cuerpo, haciendo actividades de biodanza.
La evaluación de la fragilidad
En la evaluación de la fragilidad en una persona se incluyen los factores:
- Físicos.
- Capacidades sensoriales de la vista y del oído.
- La cognición, memoria, atención, velocidad de respuesta, entre otras.
- La energía y el estado psicológico y psicopatológico.
- Posibles estados de ansiedad, depresión y procesos de duelo.
Otros factores a tener en cuenta pueden ser:
- Las características del entorno social y la situación económica.
- La red social que integra y la riqueza o pobreza de sus vínculos.
La evaluación temprana de los factores mencionados permite acercarse a una posible prevención de la dependencia o a definir un tratamiento que permita hacerlos reversibles, es decir, posibles de rehabilitación.
Un aspecto a destacar es que las estrategias de intervención pueden ser eficaces, si se cuenta con la posibilidad de identificar las reservas y los recursos propios de la persona, además de conocer si son posibles de aplicar oportunamente.
Afrontar la Fragilidad y Vulnerabilidad
Fragilidad y vulnerabilidad puede asimilarse como iguales, sin embargo, existen diferencias entre ambos conceptos, cuando hablamos de vulnerabilidad hablamos de posibilidad de daño (vulnus: herida).
En cambio, cuando hablamos de fragilidad nos referimos a un proceso que va en el sentido de un debilitamiento o desequilibrio.
Mientras que, la vulnerabilidad se asocia a una situación desfavorable respecto del entorno, la fragilidad, es un concepto más amplio ya que incluye los posibles desequilibrios o debilitamientos, que requerirán de la demanda de las reservas que un sujeto tiene para hacer frente a una situación desfavorable.
En el caso que ejemplificamos, hay fragilidad, porque hay un desequilibrio en la capacidad funcional, afectando la pérdida de fuerza, la masa óseo, los sentidos y el equilibrio pero también mucha vulnerabilidad por haber estado expuesto a un entorno no saludable.
Ambos pueden llegar compensarse con la reserva vital existente o a desarrollar; teniendo como recurso y fortaleza la disposición personal para afrontar una actividad física en un entorno saludable como el Centro de Día.
Pero, no debemos desconocer el daño ya acontecido por el entorno, y los posibles nuevos riesgos, de ahí la importancia de la elección de un espacio de participación como el «Centro de Día» con un abordaje integral de la situación de la persona en un entorno saludable como espacio de re-socialización y re-habilitación.
La importancia de las visiones positivas
Diversas teorías enfocan la fragilidad en las pérdidas o dificultades que se presentan en el desarrollo, enfermedades, privaciones ambientales, pero no toman en cuenta los factores positivos, las potencialidades del sujeto, su salud cognitiva, los apoyos sociales, los vínculos de pareja o amigos. (Antonucci, Ajrouch & Birditt, 2014).
En esta visión promocional de capacidades y derechos radica lo esencial del marco de referencia de las instituciones y profesionales de los «Centros de Día», con una larga y rica trayectoria como espacios de participación social, un abordaje integral y una visión gerontológica de avanzada que potencia las capacidades de las personas.
Fragilidad operativa
Desde una perspectiva operativa, para determinar el estado de fragilidad se evalúan, en primer lugar, las capacidades funcionales y las alteraciones en las siguientes áreas:
- Aptitudes sensoriales, (en particular la visión y audición);
- La movilidad (dimensión neuro-motriz);
- El metabolismo energético (comprende aparatos circulatorio, respiratorio, endócrino);
- La memoria (dimensión cognitiva); y
- Aptitudes físicas.
Por lo tanto, desde lo técnico, se denomina sujeto frágil (fragilidad operativa) a aquel que presenta fallas en hasta dos de estas áreas y el resto las cumple sin ayuda, sin tener dificultades mayores para su desempeño en las actividades de la vida cotidiana.
La relevancia de reconocer estos dos o más aspectos que presentan fallas es orientar la elección de las actividades a realizar para desarrollar la capacidad de afrontamiento y resolución de la fragilidad y mejorar la calidad de vida.
Registro subjetivo del proceso de cambio
La participación en el Centro de Dia nos devuelve a la esfera de lo social, para restablecer un proceso de integración social. Un encuentro con los otros, para ser parte y restablecer el sentido de pertenencia.
Por otro lado, un proceso de integración consigo mismo. Comenzando por la asimilación de los propios cambios (corporales o identitarios), y la re-elaboración de la propia fragilidad con sus desequilibrios y riesgos.
Debemos tener en cuenta que puede haber, no solo de una fragilidad física, sino también de una fragilidad social y psíquica, producto del apartamiento del mundo que genera morbilidad (deprivación afectiva, melancolía, demencia) y que incluso puede llevar a la muerte.
El registro subjetivo de la vejez se apoya, se sostiene y se modela en los grupos, el cuerpo, la cultura y el aparato psíquico que cambia con el paso del tiempo. Por lo que, el Centro de Día actúa como un dispositivo de cambio, «modelador» de una imagen positiva de la vejez, que contrarresta la cultura prejuiciosa actual de la vejez.
El Hogar de Día genera sentimientos de pertenencia e inclusión con nuevos significantes y representaciones que proveerán de sentido a la propia vejez y la vida.
Sin embargo, emprender nuevas actividades, implican también mayores recursos, más exigencias, más plasticidad, mayor capacidad adaptativa.
Comenzar un estudio, concurrir a un taller, iniciar alguna actividad física nueva o incluso nuevas relaciones sociales o de pareja requieren de un esfuerzo, un cierto grado de estrés y cansancio. Pero también, de mucho disfrute y una percepción de autorrealización inigualable.
Bibliografía
Barca, R. E. Centró de Día 40 años de una historia institucional. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Edición digital 2020.-