Aula Mayor
Aprender a Sentir

Aprender a Sentir

Propuesta

Quiero compartirles una lectura reflexiva y de crecimiento personal a partir del libro “Vivir sin Ansiedad” del Dr. Sebastian Palermo. Un recurso que nos permita alimentar nuestra mente, el cuerpo y el espíritu en un tiempo de desafíos para todos. Sosteniendo el objetivo de Aula Mayor de tomar cada propuesta o publicación como Una oportunidad de aprendizaje”; sobre todo cuando más lo necesitamos. En esta oportunidad, la pretensión es sostener un plan de lecturas diarias para reflexionar y ejercitar.

Aprender a Sentir   

Aprender a sentir es una de las experiencias más hermosas que podemos vivenciar los seres humanos. Los sentimientos nos permiten tomar conciencia del contacto que tenemos con todo lo que hay alrededor. La mirada de un hijo, la ternura de un nieto, la complicidad de una amiga, la satisfacción de una tarea bien realizada, entre otras, son experiencias  que podemos tener gracias a la facultad de sentir.

Los sentimientos son los aliados inseparables para los momentos de disfrutar de lo que queremos; sin embargo, también, son delatores despiadados de las creencias que tenemos sobre los acontecimientos. En tiempos de crisis y demás es preciso ser conscientes de nuestras creencias, formas de entenderlas y el manejo de nuestras conducta. Para cuidar las relaciones afectivas en contextos de proximidad.  

El miedo, la tristeza, la incertidumbre o cualquier otra emoción negativa no son consecuencia de lo que vivimos. No se producen por las experiencias vividas en sí, sino que esos sentimientos surgen de acuerdo a nuestro modo de interpretar, ver y valorar esos acontecimientos o situaciones que vivimos. Y podríamos decir también que, por el modo que hemos aprendido a interpretar, ver, y valorar lo que vivimos.

“Es importante dejar en claro que, si bien las emociones responden a lo que pensamos o creemos, pueden ser educadas sí aprendemos a pensar y a creer de forma diferente”.  (Palermo, Sebastian 2014)

En el caso de la ansiedad, que es un tipo de emoción, esta responde a un estado de alerta continuo. Se genera por interpretar o creer que debemos cuidar algo y que no debe pasar o dejar de pasar algo. Al igual que las demás emociones, responde a un pensamiento o una creencia automática que se mueve de modo inconsciente.

El pensamiento más recurrente por estos días es que una enfermedad viral puede llegar o no  afectarnos de forma diferente a las personas. Por lo tanto se genera una creencia cerca de que las personas mayores deben tener un criterio de atención diferenciada a los de menor edad ya que el sistema sanitario puede colapsar.

Esta creencia desnuda las ideas discriminatorias sobre las personas de edad, por lo tanto generan un estado de ansiedad, angustia y miedo que debe ser abordado por la salud pública en general, pues todos tenemos los mismos derechos y estamos en condiciones, en el mejor de los casos, de llegar a viejos.    

Por ejemplo, la ansiedad es un estado emocional que produce desagradabilidad interna y angustia, de forma que solo puede ser medida por la persona que la vive, por lo tanto a menudo,  la misma persona busca de todas las maneras posibles quitársela de encima. Movidos por la inquietud, intentamos resolver el problema rápidamente, y esto puede generar mucha impaciencia, sobre todo si no tenemos los recursos o las habilidades para esto.

La cuestión central es que si tenemos a nuestra disposición todas las formas de emociones, también tenemos que poder hacer uso de la libertad de preparar, diseñar y ejecutar nuestro propio estado emocional, para que responda ante cada circunstancia.  En lo particular, diseñar un marco emocional que nos permita responder a un tiempo de crisis con nuestras mejores habilidades y consciencia.

Educar las emociones no solo es posible, sino que es una manifestación de madurez emocional y de carácter. Dejarnos guiar solo por lo que sentimos es comportarnos, en la práctica como los niños, sin dar lugar a la razón, es ceder a lo que los deseos piden sin importar las consecuencias.

Aprender a educar la manifestación de la ansiedad en nuestras vidas es nuestra responsabilidad. Quizás, no podamos evitar que situaciones estresantes se presenten, pero sí podemos prepararnos para no perder la capacidad de anticiparnos a esos momentos, poder controlarlos y sentirnos de la forma más funcional posible.

Para eso proponemos este breve entrenamiento, en tiempos en que el contexto manifiesta mucha presión sobre las personas. Las personas mayores están en el foco de un contexto de crisis mundial, donde la salud pública se ve amenazada en todos los rincones del planeta. Contra un enemigo que es invisible y que se manifiesta una vez que ya ha generado daños irreparables. Con una combinación de factores biológicos, epidemiológicos y psicosociales.

Aprender a reconocer-se

Sabido es que asistimos a un tiempo en que el valor cultural de la libertad es el factor fundamental,  organizador de la vida de las personas y la sociedad. Moviliza la cultura del consumo económico y la producción a escala mundial, la libertad ha introducido un ordenador social que es el siguiente: “debes hacer lo que sientes”.  ¿Quién no quiere hacer lo que siente? La verdad es que hoy hay gente que llega a morir por hacer lo que siente.

“Haz lo que tú  corazón te mande y no te equivocaras”.   ¿Será así realmente?

Las emociones no pueden guiarnos si primero no las entrenamos para que se adecuen a las circunstancias. Todo nuestro entorno está diseñado para manipularnos en función de nuestras emociones. Un ejemplo claro de esto es la publicidad, que nos invita a comprar aquello que no necesitamos, terminamos sintiendo que sería bueno tener eso que ofrecen  y alimentamos el deseo de comprarlo… asumiendo que lo necesitamos.

La educación de las emociones es una responsabilidad personal, nadie puede asumir compromiso por las emociones del otro. No podemos pedir que un hijo o a un familiar cambie nuestra creencia a acerca del cuidado de la salud o del cuerpo. Esto no es posible, porque se requiere que la propia persona sea la que produzca modificaciones en su sistema de valoraciones.

Podemos recomendar a alguien que no tenga miedo, pero será la propia persona que tenga que modificar aquello que cree que le puede dañar y por lo cual siente miedo.

Aprender a Pensar

Aprender a pensar es la base para aprender a sentir. ¿Por qué será que siempre empezamos pensando lo malo, cuando siempre existe antes la posibilidad de pensar en lo bueno? Pensar en lo bueno no es algo fácil; por alguna razón, la mayoría de las personas tienden a pensar en lo malo primero.

Es decir, es más fácil que nos encontramos con ideas discriminatorias, posturas pesimistas y criterios economicistas acerca del futuro. Pesimista porque se cree que pensar en lo malo primero hará que la angustia no sea tan intensa si acontece realmente algo malo.

El error de esta forma de economizar las emociones hace que la gente se sienta mal por las dudas. Es decir, prefieren sentirse mal de entrada para no sentirse mal después. Y economicistas porque dejamos aflorar solo las creencias de supervivencia del que se supone más fuerte.

Pensar lo bueno es un ejercicio, no se logra de la noche a la mañana, y si las situaciones no se dan como las hubiéramos pensado, recién cuando nos enteremos cómo son, podremos angustiarnos. Antes no tiene sentido, porque el tiempo no vuelve para atrás, así que sí vamos a intentarlo, que sea con emociones agradables y con pensamientos funcionales a nuestro propio bienestar y el de la comunidad.

Pensar lo malo predispone a la ansiedad, lo que aumenta la actividad celular, baja las defensas y apresura la enfermedad y la muerte. Pensar lo bueno libera endorfinas, produce relajamiento celular y mejora su rendimiento. Por eso, siempre es más conveniente pensar lo bueno. Tener una postura firme ante el futuro de lo que esperamos y queremos para nuestro bienestar y de los que nos rodean hará que tengamos una mejor vida en los próximos días y años.  

Plan de Acción

  • Consigue un cuaderno o libreta para hacer un registro de los próximos días.
  • Usa las fechas de cada día para hacer tu propio registro.
  • Escribe 10 cosas buenas que crees que pasarán en los próximos treinta días

Por ejemplo:

  • a) Hablare por teléfono al menos una vez al día con…
  • b) Resolveré….
  • c) Conseguiré…
  • d) Terminaré…
  •         Escribe tres pensamientos recurrentes que hayas tenido en el día de hoy que no fue     bueno que pensarás así. Recuerda que ahí hay alguna creencia que hay que cambiar.
  • Registra que creencias debes modificar.  

 Bibliografía

Palermo, Sebastían. «Vivir sin ansiedad» Un Programa de 33 días para mejorar la calidad de Vida». 2014. Ediciones B.

Imágenes

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